jueves, 11 de junio de 2009

Lo quiero, no lo quiero, lo quiero...


Sales al patio y él está acechándote. Atento, aguardando en algún bolsillo, cartera, o caja. Luego tomas contacto con él, lo hueles, lo agitas, lo golpeas un poco. Reconoces que está vivo, intacto, que lo quieres. Logra atraparte de algún modo, seducirte de alguna manera. Te encuentras vulnerable ante una cosa tan pequeña que solo cabe entre tus dedos. Tal vez porque las cosas pequeñas tienen más fuerza y poder que las grandes.
De pronto lo sacas de esa cajita y lo dejas recorrer tus manos. Lo agarras y lo acercas un poco. Tiene un sabor particular depende de cual sea su naturaleza. El contacto con el calor lo prende y te enciende. Descubres que algo tan insignificante adquiere de repente un valor que desconocías. Creas un vínculo afectivo. Generas una ilusión de dependencia por un momento. Crees controlarlo hasta que le das el primer beso y aspiras un grueso humo de fantasía que genera una adrenalina que te recorre por dentro.
Suavemente despegas los labios de él y lo miras echando una bocanada de aire gris al cielo azul. Dejas el brazo danzar en el aire y sientes que algo se aflojó. Percibes que estás más seguro que antes, que puedes tenerlo entre tus manos y pretendes tirarlo cunado gustes. ¿Pero es así? Todavía no lo sabes hasta que te dan ganas de besarlo otra vez pensando que en esta oportunidad vas a encontrar la respuesta. Vuelves a fallar. Es paradójico, como la vida. Te encuentras con lo mismo varias veces y te vuelves a golpear. Luego sientes que se está consumiendo. Lo besas rápidamente dos o tres veces inhalando un humo un poco más espeso y fuerte. Olvidas ya que lo estás agarrando con los dedos. El cuerpo te pide que lo beses como por inercia y cuado roza los labios te encegueces. Inhalas con más ganas pero menos conciente.
Te planteas como es que algo tan pequeño puede confortar tu estado anímico, envolverlo y hacerlo mas leve.
Pero cuando lo terminas de mimar y ves que la colilla en el piso y las cenizas que derramaste son las únicas huellas de que fumaste un cigarrillo y que todo terminó… Es ahí que te vuelves a preguntar porque lo hiciste. Tienes la esperanza de abandonarlo, pero sabes que te espera otra vez en una simple cajita.
Solo fueron diez minutos en que uno cree controlar algo y resulta ser lo contrario.
Todos esos sonidos e imágenes que pasaron mientras el humo acechaba la ansiedad y los temores, se desvanecieron. Fue tan efímero como una estrella fugaz.
Consideras finalmente cómo es el cigarrillo en tu vida y lo que pasas a ser en ella. El rol de un joven osado (cuando lo enciendes) y luego un simple espectador que ve en un futuro su pasado con paciencia (cuando lo terminas).
Ramallo Leandro.-

No hay comentarios: