lunes, 8 de junio de 2009

El ritual del cebador


Todo comienza cuando el cebador pone su ojo sobre el mate y con su mano envuelve el porongo litoreño que contiene la yerba fresca. Luego, la mano se desliza desde el cuerpo, desde la zona cóncava a la boca, la mano del cebador silencia el mate para darlo vuelta ciento ochenta grados dejando su soporte en posición horizontal. El porongo vuelve a su postura inicial pero la torre de yerba interior ha quedado volcada a un lado como construyendo una pendiente. El cebador, que ha despojado su mano del recipiente, lo sacude para quitarle el polvo proveniente de la torre de yerba que ahora está lista para recibir el agua. Así, toma por su asa superior la pava que está en el fuego, la inclina, y el chorro moja la parte baja de la pendiente. El hombre sabe que el agua no debe estar demasiado caliente si quiere evitar que el sabor se torne excesivamente amargo. Por ello, mientras la pava continua en el fuego, calentando el agua que contiene, el hombre toma el instrumento de alpaca, la gran varilla hueca y la introduce, entre los yuyos, en el cuerpo. El cebador sabe que el punto exacto, que el golpe preciso debe ser dado en la parte baja de la pendiente, porque sino los resultados podrían ser infernales si el interior del porongo se vuelve un estanque. Así, la bombilla es colocada en el zona húmeda de los yuyos que habitan momentáneamente el interior de la calabaza de peregrino, toca el fondo y vuelve hacia arriba de la mano del cebador, siendo colocada en la altura media de la parte baja de la pendiente. El mate está de pie, la torre de yerba inclinada dentro del recipiente y la bombilla clavada en posición vertical, contigua a los límites del jícaro. La pava continúa en el fuego y el agua dentro está cercana al punto de ebullición. Entonces, el cebador la retira del foco ígneo, la toma por su asa superior para inclinarla y dejar caer el chorro de agua, ahora caliente, apuntando a la parte baja de la pendiente, a la zona húmeda de la torre de yerba, al costado del cilindro de metal. El agua ingresa en el cuerpo del porongo y nivela la pendiente al tiempo que la espuma se escarce por la mitad de la superficie, dividiéndola en dos zonas, la de yerba mojada y la de yerba seca. Finalmente, el cebador besa el instrumento hueco de metal y succiona una y dos veces para extraer el agua amarga del cuerpo de calabaza. El brebaje llega a su cuerpo, humano, y es reconocido por las papilas que se despiertan en la boca del cebador, y entonces, casi como un acto reflejo, se inicia la mueca, el hombre sonríe.



Sofia Clerici

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